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Amigos, en el Evangelio de hoy, Jesús se encuentra con unas mujeres por el camino y les dice que vayan contarle a los discípulos sobre Su Resurrección, como evidencia temprana de esta realidad.

Demasiados académicos contemporáneos intentan explicar la Resurrección, convirtiéndola en un mito, una leyenda, un símbolo, una señal para decir que la causa de Jesús continúa. Pero este tipo de especulación nace en los salones de las facultades, ya que pocas personas en el primer siglo habrían encontrado este tipo de conversación convincente en lo más mínimo.

¿Te imaginas a Pablo entrando a la ciudad de Corinto o Atenas con el mensaje de un hombre muy inspirador que había muerto y simbolizaba la presencia de Dios? Nadie lo habría tomado en serio. En cambio, lo que Pablo declaró en todas esas ciudades fue anastasis (resurrección). Lo que envió a él y a sus compañeros por todo el mundo mediterráneo (y la energía se puede sentir en cada página del Nuevo Testamento) fue la sorprendente novedad de la Resurrección, por el poder del Espíritu Santo, de una persona que estaba muerta.

Un hombre muerto que se queda en su tumba sería, inevitablemente, un falso Mesías, y su enseñanza, por inspiradora que sea, nunca podría detener el poder de la muerte.