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Amigos, el Evangelio de hoy nos habla acerca del propietario que plantó un viñedo y lo arrendó a unos viñadores. El viñedo representa a Israel, pero podría incluir al mundo entero. Al igual que el propietario de la tierra, Dios ha hecho de Su pueblo un lugar hermoso y productivo, un lugar donde encontrar descanso, buen trabajo, y disfrutar. 

Cuando el tiempo de la cosecha se acercaba, el propietario envió servidores para percibir de los viñadores la parte de los frutos que le correspondía. Pero los viñadores tomaron a los servidores y a uno golpearon, a otro lo apedrearon, y un tercero lo mataron. ¿No es esta la historia completa y lamentable de Israel y sus profetas, del mundo y de las personas a quienes Dios ha enviado? 

Entonces escuchamos lo que sucede luego, cuando la parábola gira en otra dirección: “Todavía le quedaba alguien, su hijo, a quien quería mucho, y lo mandó en último término, pensando: ‘Respetarán a mi hijo’. Pero los viñadores … lo apresaron y mataron arrojándolo fuera del viñedo”.  

¿Cómo es que, después del terrible trato que sus representantes recibieron, el propietario envíe a su hijo? ¿Está loco? Sí, un poco. Pero esta es la gran paciencia y generosidad de Dios, su loco amor. “Dios amó tanto al mundo que dio a Su único Hijo”, sabiendo muy bien cuál sería Su destino.