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Amigos, en el Evangelio de hoy vemos a una mujer que, con su enérgica súplica, entabla una discusión con Jesús. Es una de las pocas escenas en los Evangelios donde alguien persuade a Jesús para que haga algo que normalmente no haría. 

Existe una larga tradición que enfatiza la perseverancia de la mujer frente a esta “prueba” que Jesús le pone. Hay otra lectura de este pasaje que se enfoca en cómo la mujer ejemplifica la actitud correcta que debemos tener hacia Dios, una combinación de humildad y audacia, de deferencia y desafío.  

Sin embargo, la lectura que me gustaría enfatizar está condicionada a la filosofía del “otro”. El Antiguo Testamento habla insistentemente del “extranjero, la viuda y el huérfano”, aquellos que no tienen a nadie que los cuide. Nos presionan a hacer algo aún cuando preferiríamos que no estuvieran.  

Nosotros, la Iglesia, somos el Cuerpo de Cristo, la presencia física de Cristo en el mundo. La gente viene a nosotros exigiendo comida, sustento, amistad, amor, refugio, liberación. Muy a menudo estamos tentados a hacer lo que Jesús hace inicialmente. Y qué hacen los discípulos? les dicen que se vayan. 

Pero toda la vida cristiana consiste en recordar el sufrimiento y la necesidad de aquellos otros cuya presencia nos molesta.