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Amigos, el Evangelio de hoy narra la decapitación de Juan el Bautista ordenada por Herodes. Juan es un proto-mártir, él anticipa el martirio de muchos cristianos. 

El martirio siempre ha sido un capítulo importante de la historia cristiana, desde aquellos creyentes de la Iglesia primitiva que se negaron a entregarse a los dioses paganos de Roma, hasta los grandes santos de la Edad Media como Tomás Becket y Tomás Moro, que se negaron a comprometer sus creencias para beneficiar al estado, y hasta los mártires modernos asesinados en lo que San Juan Pablo II llamó odium caritatis, “odio a la caridad”, como fue el arzobispo Oscar Romero de El Salvador. 

A principios del siglo XXI, el martirio sigue siendo un hecho asombrosamente común en la vida cristiana. Una estimación del número de mártires cristianos asesinados cada año está entre los ochenta y cien mil – es decir que hay un nuevo mártir entre un rango de cada cinco minutos a una hora. 

El ejemplo de los mártires lleva a la gente a preguntarse qué es lo que conduce a tantas personas a realizar este último sacrificio. Uno de los Padres de la Iglesia, Tertuliano, ha dicho que “la sangre de los mártires es semilla para la Iglesia”, y es uno de esos casos raros donde una máxima teológica encuentra realmente confirmación empírica.