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Amigos, el Evangelio de hoy relata la historia de la presentación de Jesús en el Templo. El Templo era, en sentido literal, la morada del Señor. En el Templo, la divinidad y la humanidad se abrazan, y la raza humana vuelve a estar alineada con Dios.

Pero los pecados de la nación, según el profeta Ezequiel, hicieron que la gloria del Señor se alejara del Templo. Por lo tanto, una de las aspiraciones más profundas del pueblo de Israel era restablecer el Templo como lugar de alabanza justa y apropiada para que así regrese la gloria del Señor. Cuando José y María traen al Niño Jesús al Templo, debemos notar que la profecía de Ezequiel está siendo cumplida. La gloria de Yahvé está volviendo a Su morada favorita. Y esto es precisamente lo que ve Simeón.

El viejo vidente es un símbolo del antiguo Israel, observando y esperando la venida del Mesías. Simeón conocía todas las viejas profecías; él encarnaba la expectativa de la nación; y el Espíritu Santo le había dado la revelación de que no moriría hasta que hubiera visto a su Salvador.