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Amigos, en el Evangelio de hoy, Jesús nos dice que antes de que venga Su Reino, Él debe sufrir mucho y ser rechazado. Aún haciendo una lectura superficial de los Evangelios, ellos nos revelan que la muerte de Jesús es el centro y objetivo de la narración, lo que anima y energiza la historia.

A menudo se ha señalado que los Evangelios no son tanto biográficos de Jesús sino “narraciones de la Pasión con largas introducciones”. Jesús habla frecuentemente de Su “hora”, la culminación de la predicación y misión, y esta hora coincide con la Cruz. Después de realizar Su ministerio en Galilea, relativamente pacífico, Jesús se pone en camino hacia Jerusalén, armándose de valor para el encuentro con los poderes de las tinieblas, yendo con resolución a la batalla.

Y en lo que es quizás el misterio más inquietante del Nuevo Testamento, este evento culminante de la vida de Jesús, esta macabra glorificación a través de la crucifixión, no es simplemente el resultado de malas decisiones humanas; también es el deseo de aquel a quien Jesús llamó “Abba, Padre”. De alguna manera es el propósito más profundo de la Encarnación; de alguna manera es por ello que ha sido enviado.