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Amigos, en el Evangelio de hoy, Jesús le dice a la multitud que no se les dará ninguna señal excepto la señal de Jonás, un indicio difuso de Su Resurrección. La Resurrección significa que Jesús de Nazaret, quien durante toda Su vida pública afirmó estar hablando y actuando en la misma persona de Dios y quien fue brutalmente ejecutado por los verdugos romanos, resucitó corporalmente de entre los muertos.

Una implicancia de la Resurrección es que tenemos un verdadero abogado en el Cielo. La imaginación bíblica respecto de ello no es griega, es decir, no está marcada por agudos dualismos entre materia y espíritu. La gran esperanza de Israel no es una fuga, ni un escape de este mundo sino precisamente la unión del Cielo y la Tierra.

La resurrección corporal de Jesús —como los primeros frutos de aquellos que se han quedado dormidos— es el gran signo de que estos dos mundos se están uniendo. Un cuerpo que puede ser tocado y que puede consumir pescado al horno ha encontrado el camino al reino del Cielo. Y así los cuerpos no son finalmente ajenos a Dios. Definitivamente, tenemos un Abogado en los lugares celestiales.