Amigos, el Evangelio de hoy nos habla sobre una persona poseída por el demonio. Jesús se encuentra con este hombre y expulsa al demonio; pero inmediatamente después, se lo acusa de estar en complot con Satanás. Algunos de los testigos decían, “Éste expulsa a los demonios con el poder de Satanás, el príncipe de los demonios”.
La respuesta de Jesús es maravillosa por ser lógica y concisa: “Todo reino dividido por luchas internas va a la ruina y se derrumba casa por casa. Si Satanás también está dividido contra sí mismo, ¿cómo mantendrá su reino?”.
El poder del demonio es siempre algo que dispersa. Algo quiebra la comunión. Jesús, sin embargo, es siempre la voz de la communio, Aquél que junta y une.
Pensemos cuando Jesús alimentó a esa multitud de cinco mil personas. Frente a esa gran cantidad de gente hambrienta sus discípulos le pedían, “despide a la multitud así pueden ir a sus aldeas y comprar alimentos”. Pero Jesús responde, “No hay necesidad de que se vayan; dadles vosotros de comer”.
Cualquier cosa que lleve a la Iglesia a separarse es un eco de este impulso a “despedir a la multitud” y un recordatorio de la tendencia demoníaca a dividir. Cuando los tiempos son amenazantes y de prueba, este es un instinto muy común. Culpamos, atacamos, quebramos, y dispersamos. Pero Jesús dice lo cierto: “No hay necesidad de que se vayan”.