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Amigos, nuestro Evangelio de hoy, nos ofrece la maravillosa promesa de una respuesta a las oraciones: “También les aseguro: pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá. Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre”.

La oración de petición es una de las formas más básicas por la cual elevamos nuestra mente y corazón a Dios. También es la forma más común de oración en la Biblia. Todos los personajes bíblicos más importantes: Abraham, Isaac, Jacob, José, Moisés, Josué, Samuel, David, Salomón, Esdras, Nehemías, Pedro, Santiago, Pablo y Juan, todos oran de esta manera; todos piden cosas a Dios.

Hay algo, por supuesto, primordial y elemental en este tipo de oración: “¡Oh Dios, por favor ayúdame! ¡Oh Señor, salva a mi hijo!” Si pudiéramos colocar una red capaz de captar todas estas oraciones mientras se dirigen al Cielo desde hospitales e iglesias, atraparíamos millones y millones de ellas. Finalmente, la oración paradigmática que Jesús nos enseñó —el Padre Nuestro— no es más que una serie de peticiones. Jesús instó a sus seguidores, una y otra vez, a perseverar en la oración.