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Amigos, en el Evangelio de hoy, Jesús sube al barco de Pedro sin pedir permiso. Simplemente se adueña del barco, que es fundamental en la vida del pescador y comienza a dar órdenes. Esto representa algo de enorme relevancia: una invasión de la gracia.

Aunque Dios respeta nuestra relativa independencia, no se contenta en absoluto con dejarnos en un estado “natural”. En cambio, quiere vivir en nosotros, convertirse en el Señor de nuestras vidas, estando presente en nuestras mentes, voluntades, cuerpos, imaginaciones, nervios y huesos. 

Esta apropiación por la gracia no implica un compromiso de nuestra naturaleza sino más bien una perfección y elevación. Cuando Jesús se muda a la casa del alma, los poderes del alma se intensifican y se orientan adecuadamente; cuando Jesús ordena el barco de la vida humana, esa vida se preserva, se fortalece y da una nueva orientación.

Esto está señalado simbólicamente en la directiva del Señor de lanzarse a las aguas profundas. Por cuenta propia podemos conocer, y lo haremos, dentro de un rango muy estrecho; buscaremos aquellos bienes y verdades que aparecen en el horizonte de nuestra conciencia natural, pero cuando la gracia nos invade somos atraídos a aguas mucho más profundas.