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Amigos, en el Evangelio de hoy, Jesús nos dice que toda la ley depende del amor a Dios y al prójimo. Quisiera reflexionar acerca del amor al prójimo. Para muchos amar es equivalente a ser una buena persona, o en la expresión de Flannery O’Connor, “tener un corazón de oro”. No hay nada de malo con ser una buena persona o tener un corazón de oro pero puedes lograr ambos estados fácilmente y no tener amor.

Porque el amor no se trata realmente de ser amigable o llevarse bien con otros sino desear el bien del otro en tanto y cuanto es otra persona. Es querer lo mejor para otra persona y hacer algo al respecto. Y esto significa que el verdadero amor puede ser tan duro como las uñas o tan desagradable como una bofetada; de hecho, está la frase de Dostoievski que lo describe como algo “duro y terrible”.

Obligar a un adicto a obtener ayuda o cuestionar un estilo de vida disfuncional implica una voluntad de querer el bien del otro, y en ninguno de estos dos casos la gente te describirá como un buen tipo. Es por ello que el Dios del amor no es un amable Papá Noel que mágicamente hace desaparecer los problemas.