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Amigos, en el Evangelio de hoy, el Señor nos explica la dificultad para una persona rica de entrar al reino de los cielos. No pensemos en términos de una medida específica de riqueza. Pensemos más bien en una disposición mental. La persona rica está convencida que la alegría viene de satisfacer al ego.

Entonces Pedro preguntó: “Tú sabes que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. ¿Qué nos tocará a nosotros?”. Y Jesús respondió: “El que a causa de mi Nombre deje casa, hermanos o hermanas, padre, madre, hijos o campos, recibirá cien veces más y obtendrá como herencia la Vida eterna”. Es muy importante tener en cuenta que esto no es una especie de cálculo capitalista donde consideramos hacer una buena inversión y obtener un rendimiento espectacular. Y se consiguen todas las cosas y dinero que uno quiere.

Una vez que te alejas del mundo con espíritu de desapego, una vez que remueves las cosas de este mundo de tu alcance y posesión, las verás sin distorsiones, y realmente las tendrás. Aparecerán como son, como Dios las ha querido. Ya no serán objetos de manipulación o posesión, sino bellas realidades en sí mismas.