Please ensure Javascript is enabled for purposes of website accessibility

Amigos, en el Evangelio de hoy Jesús nos revela su relación íntima con el Padre: “Nadie conoce al Hijo excepto el Padre, y nadie conoce al Padre excepto el Hijo y cualquiera a quien el Hijo desee revelarlo”.

Hay algo absolutamente notable y particular acerca de Jesús. Al igual que Abraham, Moisés, Isaías, Jeremías y David, Él es enviado por Dios. Hasta ahora todo es ordinario. Sin embargo, este enviado es, al mismo tiempo, Dios. Porque Él habla y actúa consistentemente con la misma persona de Dios: “A menos que me ames . . .” “Hijo mío, tus pecados son perdonados . . .” “Has oído decir, pero Yo digo . . .” “El cielo y la tierra pasarán . . .”

Pareciera que hay alguien que, en un sentido, es diferente al que lo envió y en otro sentido es el mismo. Él viene del Padre pero no como una criatura sino como una imagen y reflejo perfecto, el Logos o la Palabra por la cual el Padre se da a entender.

Estas dos “personas”, Padre e Hijo, se miran desde toda la eternidad y suspiran de amor mutuo. Este soplo mutuo de amor es el Espíritu Santo.