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Amigos, en el Evangelio de hoy, Jesús nos enseña la parábola del sembrador. “El sembrador salió a sembrar. Al esparcir las semillas, algunas cayeron al borde del camino y los pájaros las comieron. Otras cayeron en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra . . . pero cuando salió el sol, se quemaron y, por falta de raíz, se secaron. Otras cayeron entre espinas, y estas espinas crecieron y las ahogaron. Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto: unas cien, otras sesenta, otras treinta”.

Imaginen una multitud de granjeros escuchando esta parábola y sacudiendo sus cabezas ante la extraña siembra. Habría sido expulsado del sindicato de sembradores de semillas por haber realizado algo tan irresponsable. Al igual que el sembrador ingenuo, el amor de Dios es tan extravagante que desafía todas nuestras expectativas de lo que es razonable.

El punto más importante en esta parábola es que debemos imitar el amor ingenuo de Dios. Debemos amar, no solo a quienes nos aman, no solo a quienes son como nosotros y nos apoyan, sino precisamente a quienes son diferentes y no responden del mismo modo. Nuestro sol debería brillar tanto sobre lo bueno como sobre lo malo.