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Amigos, en el Evangelio de hoy Jesús sana a un leproso. En nuestra enfermedad, debilidad, vergüenza, pecado, y rareza, muchos de nosotros nos sentimos como este leproso. Sentimos que no somos dignos y que debemos mantener cierta distancia.

El leproso viene a Jesús, y eso muestra al mundo su coraje, determinación y quizás también la desesperación de este hombre. Era un extraño, una figura despreciada, pero se acercó a Jesús.

Una vez en presencia del Señor, el leproso “fue a postrarse ante Él” —lo adoró. El hombre que sufre se da cuenta de quién es Jesús, que no es un profeta entre muchos sino la Encarnación del Dios de Israel, el único ante quien la adoración es la actitud apropiada. Cualquiera que sea el problema, tenemos que acudir a Jesús en actitud de adoración. Él es el Señor y nosotros no. Este es un paso clave para ordenar nuestras vidas: la correcta alabanza.

Luego viene una hermosa frase, esencial en cualquier oración de petición: “Señor, si quieres, puedes purificarme”. El leproso no es exigente, está reconociendo el señorío de Jesús, Su soberanía. “Hágase Tu voluntad” es siempre la actitud correcta en cualquier oración.