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Amigos, en el Evangelio de hoy Jesús celebra la fe del centurión que le ha pedido sanar a su sirviente diciendo: “Les aseguro que no he encontrado a nadie en Israel que tenga tanta fe”.

Podemos decir, junto con el centurión, que el Señor es roca, fortaleza, un lugar firme donde pararse. Dios no es una criatura más, cambiante e indefinida, sino la base del ser mismo; es un poder en quien podemos depender, un hacedor de alianzas en cuya Palabra podemos confiar.

En Su libertad y soberanía como Creador nuestro, Dios es un padre en cuyo regazo podemos encontrar nuestro descanso serenamente. Sin lugar a duda, lo que ha hecho de la creencia religiosa una parte tan indispensable de la conciencia y el comportamiento humano es esta garantía de seguridad.

No hay nada en el cosmos que, en algún momento, no nos decepcione. No hay lugar en el universo que, en algún momento, no sea sacudido. Pero se puede confiar en Dios, terreno autosuficiente de la existencia misma, que no decepciona ni traiciona. “Ninguna tormenta puede sacudir mi calma más profunda, mientras que esté aferrado a esa Roca”, dice el autor del himno Shaker, dando testimonio extasiadamente de esta fidelidad divina.