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Amigos, el pasaje del Evangelio de hoy es uno de los más chocantes del Nuevo Testamento. Aquellos que lo escucharon no sólo tuvieron rechazo intelectual, también lo encontraron visceralmente repugnante. Que un judío insinuara que deberían comer de su propia carne y beber su sangre era lo más nauseabundo y objecionable religiosamente que se podía escuchar.  

Entonces, ¿qué es lo que Jesús está diciendo? ¿Es que suaviza Su retórica cuando escucha las reacciones de la gente? ¿Ofrece una interpretación simbólica o metafórica? ¿Se echa atrás? Todo lo contrario, sino que intensifica lo que acaba de decir: “Les aseguro que, si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben Su sangre, no tendrán Vida en ustedes”. Los eruditos nos hacen observar que el verbo usado en griego es trogein, que indica el modo de comer de los animales. 

Entonces, ¿cómo deberíamos entender esto? Si estamos con la gran tradición católica debemos honrar estas misteriosas y maravillosas palabras de Jesús. Y resistir todos los intentos de suavizar, justificar fuera de contexto o hacer que estas palabras sean más fáciles de aceptar. Afirmamos entonces, con todos nuestros corazones, la doctrina de la real presencia.