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Amigos, en el Evangelio de hoy Jesús sube a una montaña y se sienta a enseñar. En el Antiguo Testamento, encontramos a Moisés, el gran maestro, que también sube a una montaña para recibir la Ley y luego se sienta a enseñarla. Sin embargo, Jesús no está recibiendo una ley; Él está dando una Ley.

El teólogo N.T. Wright ha señalado que el Antiguo Testamento es esencialmente una sinfonía inacabada. Es la articulación de una esperanza, pero sin la realización de la misma. Así, en cumplimiento de toda la historia de Israel, Jesús comienza las enseñanzas básicas con las Bienaventuranzas, un nombre que proviene del sustantivo latino beātitūdō, que significa “feliz” o “bendecido”.

A través de una serie de paradojas, sorpresas y contradicciones, Jesús comienza a establecer un universo al revés. ¿Cómo debemos entenderlo? Una clave es la palabra griega makarios, traducida como “bendito” o “feliz” o tal vez incluso “afortunado”, que se usa en el comienzo de cada una de las Bienaventuranzas.

Y así, “Bienaventurados los pobres en espíritu”. Podríamos decir: “Qué suerte tienes si no eres adicto a las cosas materiales”. Aquí Jesús nos dice cómo conseguir nuestro deseo más profundo, que es el deseo de Dios y no de cosas pasajeras que solo traen consuelo temporal.