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Men standing in crowd

Un Día en el Sínodo

October 26, 2023

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Como probablemente muchos de ustedes sepan, he estado en Roma por las pasadas tres semanas participando como delegado en el Sínodo de la Sinodalidad. Habrán también escuchado que para asegurar la confidencialidad de las deliberaciones, el Papa Francisco les ha pedido a todos los miembros del sínodo que se abstengan de revelar lo que se ha estado discutiendo. Así que no proveeré ninguna información sustanciosa. Pero pensé que podrían encontrar interesante conocer cómo es un día típico en el sínodo y cómo es el ambiente en general.

Estoy viviendo, junto a la mayoría de los otros delegados norteamericanos, en el Pontificio Colegio Norteamericano, situado en la colina Janículo, alrededor de 15 minutos caminando desde San Pedro. Comenzamos con una Misa calma en una pequeña capilla a las 7 a.m., y luego, después de un rápido desayuno, nos dirigimos a la sala de audiencias Pablo VI en autobús, que es el lugar en el que se desarrolla el sínodo. Habrán visto sin dudas fotos o videos de este recinto, porque es el que se utiliza para las audiencias generales del Papa durante los meses más fríos del año. Se han despejado las primeras cincuenta filas aproximadamente para así obtener espacio para treinta y seis mesas redondas a las cuales se sientan los delegados. El liderazgo del sínodo —incluyendo al papa mismo, cada vez que puede asistir— está ubicado en una mesa redonda sobre una plataforma levemente elevada al frente del salón.

El día en el sínodo comienza con una oración —ya sea en italiano, español, inglés o francés— y continúa pasando lista y con una presentación del trabajo del día a cargo del Cardenal Grech, el Secretario General del sínodo. El centro de nuestra atención es el llamado Instrumentum Laboris (documento de trabajo), que representa una síntesis de dos años de conversaciones preparatorias realizadas alrededor del mundo. En nuestros pequeños grupos, reflexionamos sobre varias secciones del Instrumentum bajo la guía de un facilitador, que conduce el proceso con bastante firmeza. Cada persona de la mesa se espera que brinde una contribución elaborada de cinco minutos, y luego, en una segunda ronda de discusión, cada uno puede responder a lo que han dicho los demás. Al final de esta tarea prolongada (y francamente, algunas veces laboriosa), los grupos ensamblan un resumen de tres minutos sobre los puntos principales de convergencia y divergencia. Luego, uno a uno, cada grupo comparte estas síntesis al pleno de la asamblea. Cuando finalizan esos informes, se permite a todos los delegados solicitar tiempo para lo que se llaman “intervenciones libres”. Aunque los discursos están, en principio, limitados a tres minutos, los oradores a menudo sobrepasan el límite, y los días en que tenemos que escuchar en la asamblea plenaria una intervención tras otra son, lo admito, bastante tediosos.  

Formar parte de estos grupos muestra que el mandato de Jesús de ir hasta los confines del mundo a proclamar el Evangelio, ha sido obedecido, incluso contra todas las probabilidades y expectativas.

El tiempo que pasamos en los grupos pequeños es el más placentero, en mayor medida porque nos permite conocernos entre nosotros —y provenimos de una variedad increíble de contextos. En los cuatro grupos en los que he participado, he conocido a obispos de Liberia, Hong Kong, Filipinas, Turquía, Alemania y Lituania —al igual que delegados laicos de Australia, Canadá, Irlanda y Líbano. Pienso que no existe ninguna otra organización en el mundo que pueda reunir a un grupo con tal imponente diversidad cultural y geográfica. Formar parte de estos grupos muestra que el mandato de Jesús de ir hasta los confines del mundo a proclamar el Evangelio, ha sido obedecido, incluso contra todas las probabilidades y expectativas.

Debería referirme brevemente a la tecnología, que ha funcionado admirablemente y representa una mejora importante por sobre lo que estaba disponible los sínodos anteriores. Se proveen, por supuesto, traducciones simultáneas a través de auriculares, pero hay también, en cada mesa, unas cámaras que pueden girar hacia una determinada posición para transmitir el discurso de una persona a toda la asamblea. Todo ello ha funcionado mayormente sin obstáculos, con la única gran excepción de que ¡el sistema me confundió con mi homónima, Sra. Mary Theresa Barron de Irlanda!  

Los días son muy largos, comenzando a las 8:45 a.m. y finalizando a las 7:15 p.m. —y trabajamos de lunes a sábado. A casi nadie con los que he conversado lo maravilló el horario y están ansiosos por tener un poco de alivio en la agenda cuando nos reunamos el año próximo. Una gracia salvífica son los recesos: las sesiones de la mañana con los capuchinos característicos y las sesiones de la tarde con los expresos. Durante estas ocasiones informales, hablamos de cosas sin importancia, nos quejamos un poquito, contamos anécdotas, y algunas veces tenemos conversaciones muy serias. Durante los intervalos, he mantenido conversaciones con, por nombrar a algunos pocos, el Cardenal Christoph Schönborn de Vienna; el Arzobispo Anthony Fisher de Sydney; el Cardenal Michael Czerny, prefecto del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral; el Cardenal Oswald Gracias de Bombay (India); el Cardenal Walter Kasper, un teólogo que leí con gran interés cuando era seminarista y el Cardenal Gerhard Müller, ex prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

Describiría al estado de ánimo general del sínodo como formal y sereno. Se discuten los asuntos importantes y controvertidos, y está muy claro que no todos tienen la misma opinión, pero no he escuchado que nadie haya levantado la voz o haya utilizado un tono polémico. En raras ocasiones, a continuación de una intervención, se puede oír una pizca de aplausos, pero típicamente, cada discurso recibe un silencio respetuoso. 

Cuando finaliza la jornada diaria, o bien regreso al Pontificio Colegio Norteamericano o bien, con mayor frecuencia salgo con amigos y colegas a algún restaurant romano. Ya que la cena en Roma comienza a las 7:30 p.m. u 8:00 p.m., no regreso a mi habitación hasta aproximadamente las 9:30 p.m., momento en el cual estoy bastante exhausto. Como podrán apreciar, la experiencia entera del sínodo es un poquito ardua, y francamente, estoy impaciente por regresar a casa. Pero a la vez es fascinante, y en algunos momentos, estimulante. Y dentro de un año, regresaré para la segunda ronda. Por favor téngannos a todos los participantes del sínodo presentes en sus oraciones.