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lying in a hospital bed

Proporcionalismo: Un Enemigo Viejo Pero Testarudo

April 25, 2023

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Durante una conferencia la semana pasada en Italia, el Arzobispo Vincenzo Paglia, presidente de la Pontificia Academia para la Vida y gran canciller del Pontificio Instituto Juan Pablo II para Estudios sobre el Matrimonio y la Familia, pareció sugerir que, bajo ciertas circunstancias, el suicidio asistido de los enfermos podría ser moralmente aceptado. Estas fueron sus palabras: “Personalmente, no practicaría la asistencia al suicidio, pero entiendo que la mediación jurídica puede ser el mayor bien común concretamente posible en las condiciones en que nos encontramos”. Hubo una poderosa reacción contra esta afirmación de parte de muchos Católicos preocupados, y en el despertar de la controversia, el Arzobispo aclaró que no se estaba refiriendo a la dimensión moral del problema, sino sólo a sus derivaciones legales. No deseo embarcarme en un análisis de las palabras del Arzobispo, menos aún en una exploración de sus motivos, pero sí quiero explorar por qué molestó mucho a tantas personas. Está en relación con la teoría moral llamada “proporcionalismo”, que estuvo muy en boga cuando estudiaba en la Universidad y en el Seminario años atrás. 

De acuerdo con los teóricos proporcionalistas, no existen los actos morales intrínsecamente buenos o malos, sólo actos que tienen tanto consecuencias positivas como negativas. Por consiguiente, la manera que debería medirse la bondad o maldad de un cierto acto sería evaluando racionalmente sus efectos y determinando si lo positivo pesa más que lo negativo. Si existiera una preponderancia (una proporción) del primero sobre el último, el acto bajo consideración podría valorarse como moralmente encomiable. Debería quedar claro que, el proporcionalismo así definido, es un primo cercano de la teoría moral llamada consecuencialismo. De esta manera, cuando se contempla si un aborto puede ser justificado, el proporcionalista evaluará los numerosos y complejos resultados del acto. Por un lado, se tendrá la muerte del niño y la inevitable tristeza de todos los interesados, etc.; y por el otro lado se tendrá, digamos, una mejora en la salud mental general de la madre, una mejora en la situación económica de la familia, mayores oportunidades de carrera para la madre, etc. Si, a juicio de la persona que razona, las consecuencias buenas sobrepasan a las malas, el aborto puede permitirse.

Negar la categoría del mal intrínseco es colocarse, inevitablemente, en una pendiente resbaladiza hacia el relativismo moral absoluto.

Tengo la seguridad de que notarán que, una vez que se deja a un lado la categoría del mal intrínseco, prácticamente todo puede justificarse sobre los fundamentos del proporcionalismo. En la teoría moral moderna, los actos intrínsecamente malos incluyen, entre otros, la muerte directa de un inocente, la esclavización de otras personas, la tortura, las relaciones sexuales con niños. No importa qué consecuencias positivas puedan obtenerse, nunca podrán ser justificados, ya que son, en sí mismos, moralmente repugnantes. Pero sobre las bases estrictas del proporcionalismo, se podría revindicar la esclavitud, como muchos lo hicieron a finales del siglo diecinueve en nuestro país, basándose en los efectos económicos y culturales presumiblemente buenos. Podrían legitimarse similarmente las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, que mataron a más de cien mil inocentes, pero que, podría decirse, salvaron las vidas de muchos más. Podrían darse razones creíbles para la tortura, como la de proveer información militar útil.  Y podrían plantearse incluso excusas para las relaciones sexuales con niños: después de todo, los antiguos griegos pensaban que era una parte indispensable de la educación de los chicos. O regresando al caso sugerido por el Arzobispo Paglia, el suicidio asistido podría ser lamentable pero permisible, bajo la condición de que ponga fin a los terribles sufrimientos de un paciente terminal.

Les advierto, no hay razón para poner en cuestión la integridad personal de los partidarios del proporcionalismo. Sienten indudablemente que están ejercitando el sentido común y la compasión en la formulación de su teoría. Pero la doctrina continúa siendo, definitivamente, peligrosa. Y fue precisamente para refutarla que el Papa San Juan Pablo II compuso la que considero es la mayor de sus encíclicas, Veritatis Splendor. En cierto modo, esa carta completa es un argumento que puede sostenerse contra el proporcionalismo, pero el siguiente párrafo de la sección 80 es un buen resumen: 

Ahora bien, la razón testimonia que existen objetos del acto humano que se configuran como no-ordenables a Dios, porque contradicen radicalmente el bien de la persona, creada a su imagen. Son los actos que, en la tradición moral de la Iglesia, han sido denominados intrínsecamente malos (“intrinsece malum”): lo son siempre y por sí mismos, es decir, por su objeto, independientemente de las ulteriores intenciones de quien actúa, y de las circunstancias. Por esto, sin negar en absoluto el influjo que sobre la moralidad tienen las circunstancias y, sobre todo, las intenciones, la Iglesia enseña que “existen actos que, por sí y en sí mismos, independientemente de las circunstancias, son siempre gravemente ilícitos por razón de su objeto”.

Estudié el proporcionalismo cuando joven e indudablemente percibí su atractivo. Parece ser una forma sensible de razonamiento moral, siendo de hecho la posición por defecto de la mayoría de la gente. Seguramente cuando se evalúa un acto, la mayoría de los seres humanos instintivamente llega a cierta versión de él. Pero Juan Pablo II dio voz a la convicción sostenida por la Iglesia desde siempre de que el proporcionalismo, aplicado consistentemente, abre la puerta al caos moral. Si dijeras que el suicidio asistido es permisible cuando alguien que sufre está gritando de dolor y a días de su muerte, ¿qué te impediría decir que debería permitirse cuando está a semanas o meses de su muerte, o cuando su dolor psicológico es mayor que el físico, o cuando el estado lo decida conveniente? Negar la categoría del mal intrínseco es colocarse, inevitablemente, en una pendiente resbaladiza hacia el relativismo moral absoluto. 

Desde San Pablo de Tarso (ver Rom 3, 8) hasta San Juan Pablo II, la Iglesia se ha mantenido en contra de ese subjetivismo. Que continúe haciéndolo así.