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Nuestro Presidente Católico y el Tema Moral Más Candente de Nuestro Tiempo

August 16, 2022

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En numerosas ocasiones a lo largo de su carrera pública, el presidente Biden reafirmó su creencia como Católico, de que la vida humana comienza con la concepción y que el aborto, por lo tanto, es moramente malo. Siempre ha agregado rápidamente, sin embargo, que es renuente a utilizar la ley para “imponer” su convicción personal sobre los demás. Él siente presumiblemente que, ya que esta comprensión de la vida humana está en función de la singular doctrina o dogma Católico, sería tan objetable pedirle a todos que la acepten tanto como sería pedirles a todos los norteamericanos que estuvieran de acuerdo con el dogma de la Inmaculada Concepción o con los artículos del Credo de Nicea. 

Pero este es un gran sinsentido. La oposición al aborto no es una cuestión de doctrina en el sentido estricto del término, sino más bien una conclusión extraída del razonamiento moral y de los descubrimientos de la ciencia objetiva. Es un hecho indiscutible que la vida humana —que es lo mismo que decir, un ser humano vivo con una estructura genética e identidad distintivas— llega a la existencia al momento de la concepción. Es además un axioma fundamental de la ética que la vida humana inocente nunca debe ser atacada. Estas ideas y principios son el fundamento de un argumento en contra del aborto que puede y debe ser enfatizado en los foros públicos; no son, sin duda alguna, materia de “dogma” peculiar del Catolicismo. Entiendo perfectamente que la gente pueda disentir con la línea de razonamiento que he propuesto. Está bien, discutamos el teman en el foro público y veamos quién de nosotros puede conseguir apoyo mayoritario. Pero por favor no me digan que estoy imponiendo un dogma sobre ustedes. 

Es totalmente incoherente afirmar que uno puede sostener la posición privadamente pero no defenderla en público.

Y ya que me refiero a esto, podría decir, que estoy extremadamente cansado de la forma en que el presidente y sus aliados utilizan el término “imponer”. Una y otra vez, dicen versiones de, “Soy reticente a imponer mis creencias sobre los otros”. Ahora que hemos establecido que el aborto no es un tema de doctrina sectaria, ¿podemos admitir también que toda ley, por su misma naturaleza, se impone a los demás? Si la mayoría de los representantes federales formulara una norma que determinara el límite de velocidad en 65, y si el ejecutivo estuviera de acuerdo con esta determinación, una ley entraría en vigencia imponiendo este punto de vista sobre la sociedad entera. Lo mismo ocurre para los impuestos, las regulaciones antimonopolio, las exigencias de salario mínimo, los derechos civiles, etc. Las leyes no sugieren; imponen. Y detrás de cada ley auténticamente justa, existe un principio moral: conservar la vida, establecer una justicia mayor, proteger a los pobres, fomentar el bien común, etc. Así que si se me preguntara si estoy trabajando para imponer una ley sobre toda la sociedad que protegiera los derechos sobre los no nacidos, diría, “Sí”. Y luego agregaría: “¿Y cuál es su punto?”.

Y finalmente, podemos poner un cierre a la absurda posición articulada por primera vez por el Gobernador Mario Cuomo, treinta y cinco años atrás, y luego incansablemente repetida por muchísimos políticos Católicos desde entonces, de que “Me opongo personalmente al aborto, pero lo apoyo públicamente”. De nuevo, uno podría sostener tal distinción en relación a un tema estrictamente doctrinal, argumentando, por ejemplo, “Personalmente creo que es indispensable asistir a Misa cada domingo, pero nunca soñaría con apoyar una legislación a tal efecto”. 

Sin embargo, ya que la oposición al aborto, tal como hemos mostrado recién, no es una convicción nacida de un “dogma” sino más bien del razonamiento moral, es totalmente incoherente afirmar que uno puede sostener la posición en privado, pero no defenderla en público. Sería precisamente lo mismo que alguien del siglo diecinueve dijera que, aunque ve personalmente a la esclavitud como algo aberrante, no hará nada por eliminarla o cuanto menos por impedir su diseminación. Sería comparable también a alguien de mediados del siglo veinte que dijera que, si bien su convicción personal es que las leyes Jim Crow son moralmente malas, luchará públicamente por mantenerlas en su lugar. 

A la luz de esto, ¿pueden ver por qué tantos Católicos, incluyendo a este humilde escribiente, encuentran las afirmaciones y acciones del Presidente en relación con la política del aborto tan repulsivas? El hombre afirma que objeta el aborto, que lo considera moralmente malo, y aún así, una y otra vez, de la forma más directa, incluso enérgica, trata, de palabras y en obras, de hacerlo más accesible, más aceptable, más defendido legalmente. En el siglo diecinueve, el Abraham Lincoln visceralmente antiesclavista no persiguió una política antiesclavista extrema propugnada por los abolicionistas; más bien, tomó una posición más moderada, empeñándose en acorralarla, en limitar su difusión, con la esperanza de que la estaba colocando en un curso de extinción. Esto fue, para el decimosexto presidente, un tema de prudente decisión política. 

Si nuestro presidente actual, convencido como afirma estar de que el aborto está mal, tomara pasos en la dirección de restringir su práctica, o si hubiera encontrado palabras positivas para referirse a la decisión Dobbs de al menos dar a los estados individuales el derecho a restringir el aborto, podría verlo en el molde de Lincoln. Pero sin embargo avanza, defendiendo la política proaborto más radical que se pueda imaginar, buscando sancionar en una ley la decisión de Roe vs. Wade y Casey que esencialmente colocan al aborto en nuestro país, incluso hasta el momento del nacimiento, en un asunto de impunidad legal.

El presidente Biden habla a menudo de su fe Católica, asiste a Misa con regularidad y reza el Rosario. No tengo ninguna razón para dudar de la sinceridad de su Catolicismo. Pero lamento decir que, en relación con el tema moral más candente de nuestro tiempo, se posiciona tanto en contra de la recta razón como de la enseñanza explícita de su Iglesia.