Ahora que he tenido un poquito de tiempo para readaptarme a mi ritmo normal y pensar detenidamente sobre la experiencia bastante extraordinaria del mes pasado en Roma, me gustaría compartir algunas impresiones del Sínodo de la Sinodalidad, aunque me empeñaré en no violar el pedido del Papa de que nos abstengamos de hablar sobre participantes particulares y votos. Me limitaré entonces a comentar sobre el documento publicado que aprobaron los miembros del sínodo y de mis propias intervenciones durante las deliberaciones.
La declaración resumida expresa con mucha precisión el hecho de que la enorme preocupación de los miembros del sínodo fue escuchar a las voces de aquellos que se han sentido, por una variedad de motivos, marginados de la vida de la Iglesia. Este tema fue el común denominador de todas las sesiones preliminares que precedieron al sínodo, y fue destacado con preminencia en el documento de trabajo que proveyó la base de nuestras discusiones. Las mujeres, el laicado en general, la comunidad LGBT, los discapacitados, la gente joven, hombres y mujeres de color, etc. se han sentido poco valorados y, más importante aún, excluidos de las mesas de decisión que afectan la vida entera de la Iglesia. Puedo asegurarles que su reclamo por ser oídos fue escuchado, alto y claro en el sínodo. Y estoy contento de que así fuera. La Iglesia debe anunciar el Evangelio a todos (“todos, todos, todos”, como dice el papa con razón) y reunirlos en el Cuerpo de Cristo. Por lo tanto, si hay multitudes de Católicos que se sienten excluidos o tratados despectivamente, ese es un importante problema pastoral que debe ser abordado con humildad y honestidad. Y puedo afirmar, como alguien que ha sido administrador eclesiástico a tiempo completo durante los últimos doce años, que estoy encantado de recibir consejo de los laicos respecto a prácticamente todos los aspectos de mi tarea. Expandir el número y diversidad de aquellos que podrían auxiliar a los obispos en su gobierno de la Iglesia es beneficioso, y felicitaciones al sínodo por explorar esta posibilidad.
Una cuestión que traje a colación varias veces en los pequeños grupos de discusión, sin embargo, fue que si, debido a nuestro entusiasmo por incluir gente en el gobierno de la Iglesia, no nos olvidamos de que la vocación del 99 por ciento del laicado Católico es santificar el mundo, llevar a Cristo a los ambientes de la política, las artes, el entretenimiento, comunicación, negocios, medicina, etc., precisamente donde ellos tienen especial idoneidad. Hablando en general, estuve preocupado de que tanto el Instrumentum Laboris y las conversaciones del sínodo fueran absorbidas mucho más por el ad intra que por el ad extra, y esto a pesar del hecho de que el Papa Francisco ha estado clamando permanentemente por una Iglesia que salga de sí misma. En una cantidad de ocasiones durante el sínodo, propuse el modelo de la Acción Católica que fue, en el período preconciliar, un modo tan efectivo de formar al laicado para su misión en el mundo.
Otro tema principal de las discusiones del sínodo fue la interacción o la tensión que se percibe ente el amor y la verdad. Por un lado, debemos acoger a todos, pero para que esta acogida no devenga en una forma de gracia barata (para utilizar el término de Dietrich Bonhoeffer), debemos al mismo tiempo llamar a aquellos que incluimos a la conversión, a vivir de acuerdo con la verdad. Como ustedes podrán sospechar, este tema se volvió concreto alrededor de la participación de la comunidad LGBT. Prácticamente todos en el sínodo sostuvieron que aquellos cuyas vidas sexuales están fuera de la norma deberían ser tratados con amor y respecto, y, nuevamente, felicitaciones al sínodo por enfatizar este punto pastoral. Pero muchos participantes del sínodo sintieron también que la verdad de las enseñanzas morales de la Iglesia respecto a la sexualidad no debiera nunca ser dejada de lado. Una de las intervenciones que tuve en la asamblea plenaria fue sobre este tema. Señalé que, cuando se entienden los términos correctamente, no existe tensión alguna entre amor y verdad, porque el amor no es un sentimiento sino un acto por el cual uno desea el bien de otra persona. Por lo tanto, uno no puede amar a alguien auténticamente a menos que tenga una percepción veraz de los que es realmente bueno para esa persona. Podría existir, argumenté, una tensión entre acogida y verdad pero no entre amor auténtico y verdad.
Una tercera área de interés, a mi entender, se centró alrededor de la noción de misión. El término “misión” se utilizó constantemente en los textos que consideramos y en las conversaciones que mantuvimos. Los miembros del sínodo dieron por sentado que la Iglesia es una misión, para utilizar la frase del Papa San Pablo VI, y esto representa una apropiación muy alentadora de la enseñanza del Vaticano II y del magisterio papal postconciliar. La incansable enseñanza del Papa San Juan Pablo II sobre la Nueva Evangelización se abrió camino evidentemente en el corazón y la mente de la Iglesia en todo el mundo. Pero hubo, al menos en mi opinión, bastante ambigüedad en relación al significado de la palabra misma. A juzgar por lo que leímos en el Instrumentum Laboris, misión parece designar, la mayoría de las veces, la obra de la Iglesia en favor de la justicia social y el mejoramiento de la situación económica y política de los pobres. Están llamativamente ausentes de los textos sobre misión las referencias al pecado, la gracia, la redención, la cruz, la resurrección, la vida eterna y la salvación, y esto representa un verdadero peligro. Porque en razón de verdad, la misión primordial de la Iglesia es declarar la resurrección de Jesucristo de la muerte e invitar a todas las personas a sujetarse a su Señorío. Este discipulado, dese por seguro, tiene implicancias para el modo en que vivimos en el mundo, y nos debería conducir efectivamente a trabajar por la justicia, pero debemos mantener nuestras prioridades en orden. Lo sobrenatural no debería reducirse nunca a lo natural; antes bien el orden natural debería ser transfigurado por su relación con el orden sobrenatural.
Un punto final —y aquí estoy en franco desacuerdo con el reporte final del sínodo—tiene que ver con el desarrollo de la enseñanza moral respecto al sexo. Se sugiere que los avances en nuestra comprensión científica requerirán una reconsideración de nuestra enseñanza sexual, cuyas categorías son, aparentemente, inadecuadas para describir las complejidades de la sexualidad humana. El primer problema que tengo con esta expresión es que es muy desdeñosa con la tradición ricamente articulada de la reflexión moral del Catolicismo, un ejemplo fundamental de la cual es la teología del cuerpo desarrollada por el Papa San Juan Pablo II. Decir que este sistema de múltiples capas, bien fundado filosófica y teológicamente no es capaz de manejar las sutilezas de la sexualidad humana es sencillamente absurdo. Pero el problema más profundo que encuentro es que esta forma de argumentación está basada en un error de categoría —el cual es, que los avances de la ciencia, como tal, demandan una evolución en la enseñanza moral. Tomemos el ejemplo de la homosexualidad. La biología evolutiva, la antropología y la química nos podrían dar un conocimiento fresco en las dimensiones etiológicas y físicas de la atracción por el mismo sexo, pero no nos dirán nada sobre si la conducta homosexual es buena o mala. El interés por dicha cuestión pertenece a otro ámbito discursivo. Es problemático ver que algunos de los miembros de la conferencia de obispos de Alemania estén ya utilizando las frases del reporte del sínodo para justificar reformulaciones importantes de la Iglesia en las enseñanzas sexuales. A esto, me parece a mí, se le debe oponer resistencia.
La mejor parte del sínodo fue, por supuesto, el estar en contacto cercano con líderes Católicos de todo el mundo. En los diferentes grupos pequeños de los que participé —y durante los muy animados recesos— conocí Obispos y laicos de Filipinas, Indonesia, Malasia, Lituania, Hong Kong, Alemania, Canadá, México, Argentina, Austria, Australia y muchos países más. Las cuatro semanas en Roma fueron una singular oportunidad privilegiada para percibir la Iglesia Católica de Cristo —y guste o no, esta clase de encuentros lo cambia a uno, forzándolo a ver que su visión de las cosas es una perspectiva entre muchas.
Todas estas ideas y experiencias del sínodo continuarán en el año próximo difundiéndose en el intelecto de la Iglesia, en preparación para la segunda y última vuelta el próximo Octubre. ¿Podría pedirles que continúen rezando por el trabajo que los miembros del sínodo debemos realizar tanto en el interín como el año próximo en el Vaticano?