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World Youth Day

La Jornada Mundial de la Juventud y Convertir a Todos a Cristo

July 13, 2023

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Probablemente ya hayan escuchado que una declaración realizada por el Obispo Américo Aguiar ha causado bastante revuelo. Aguiar es el obispo auxiliar de Lisboa, Portugal, y es el coordinador en jefe de la próxima Jornada Mundial de la Juventud. Más aun, ha sido, en una jugada muy sorprendente, nombrado cardenal por el Papa Francisco. Así que es un hombre de un peso considerable —lo cual es una razón por la que sus comentarios han provocado tanta atención. Declaró, en referencia al encuentro internacional que estará presidiendo, “Nosotros queremos que sea normal que un joven cristiano católico diga y testimonie quién es o que un joven musulmán, judío o de otra religión tampoco tenga problema en decir quién es y en testimoniarlo, y que un joven que no tiene ninguna religión se sienta bienvenido y no se sienta acaso extraño por pensar de otra manera”. La observación que suscitó el mayor asombro y oposición fue esta: “Nosotros no queremos convertir a los jóvenes a Cristo ni a la Iglesia Católica ni nada de eso, en lo absoluto”. Sin embargo, debo admitir que la afirmación suya que más me perturbó fue esta: “Que todos entendamos que la diferencia es una riqueza y el mundo será objetivamente mejor si somos capaces de colocar en el corazón de todos los jóvenes esta certeza”, insinuando que el desacuerdo fundamental en cuestiones de religión es bueno en sí mismo, lo que Dios en verdad desea activamente. Muchos Católicos alrededor del mundo han quedado, para decirlo suavemente, perplejos por las reflexiones del cardenal electo.

Tras esta controversia, el Obispo Aguiar, para ser justos, se ha retractado un poco en su afirmación, insistiendo en que quiso sólo criticar la forma agresiva, intimidatoria de compartir la fe que se conoce con el desagradable nombre de “proselitismo”. (Debo decir que esta aclaración no hace nada por explicar su afirmación directa sobre que no quiere convertir a los jóvenes a Cristo o a la Iglesia Católica). Pero por el momento, dejaré pasar eso y creeré en sus palabras. Sin embargo, me gustaría abordar un tema que abarca ampliamente a la cultura y que esboza su intervención —en concreto, el simple hecho de que la mayoría de la gente en Occidente probablemente considera a sus sentimientos primarios como indiscutibles.

En gran medida detrás de este vocabulario de tolerancia, aceptación, y no crítico en referencia a la religión, está la convicción profunda de que la verdad religiosa es inalcanzable para nosotros y que finalmente no interesa lo que uno crea mientras suscriba a ciertos principios éticos. Siempre y cuando uno sea una persona decente, ¿a quién le importa si es un devoto Cristiano, Budista, Judío, Musulmán o no creyente? Y si es ese el caso, ¿por qué entonces no habríamos de ver a la variedad de religiones como positiva, como una expresión más de la diversidad que tanto encandila a la cultura contemporánea? Y dado este indiferentismo epistemológico, ¿no sería acaso cualquier intento de “conversión” nada más que una agresión arrogante?

Cuando cualquier institución, ministerio o ayuda comunitaria Católica se olvida de su propósito evangélico, ha perdido su alma.

Como he estado argumentando durante años, y pese al consenso cultural actual, la Iglesia Católica coloca un énfasis enorme en la precisión doctrinal. Asegura confiadamente que la verdad religiosa es asequible por nosotros y tenerla (o no) importa enormemente. No afirma que “ser una persona buena” sea de algún modo suficiente, ya sea intelectual o moralmente; de otro modo, nunca hubiera ocupado siglos machacando sus creencias con precisión técnica. Y sostiene efectivamente que la evangelización es el trabajo central, clave y que más la define. San Pablo mismo dijo, “Ay de mí si no predicara el evangelio” (1 Cor 9,16); y el Papa San Pablo VI declaró que la Iglesia es una misión: difundir el Evangelio. Ni el San Pablo del siglo I, ni el San Pablo del siglo XX pensaron por un momento que la evangelización es equivalente al imperialismo o que aquella “diversidad” religiosa es de algún modo un fin en sí misma. Antes bien, ambos querían que el mundo entero fuera reunido bajo el Señorío de Jesucristo. Precisamente esta es la razón por la que toda institución, toda actividad, todo programa de la Iglesia está dedicado, finalmente, a anunciar a Jesús. Algunos años atrás, cuando era obispo auxiliar de California, estaba en una plática con las autoridades de una preparatoria Católica. Cuando comenté que el propósito de la escuela era, en definitiva, la evangelización, muchos de ellos se opusieron y dijeron, “Si enfatizamos eso, nos enemistaremos con la mayoría de los estudiantes y sus padres”. Mi respuesta fue, “Bueno, entonces deberían cerrar la escuela. ¿Quién necesita una academia STEM más?”. ¡De más está decir que nunca más fui invitado a dirigirme a ese consejo! Pero no me importó. Cuando cualquier institución, ministerio o ayuda comunitaria Católica se olvida de su propósito evangélico, ha perdido su alma.  

Lo mismo aplica para la Jornada Mundial de la Juventud. Una de las más grandes contribuciones a la Iglesia del Papa San Juan Pablo II, la Jornada Mundial de la Juventud, tuvo siempre, ineludiblemente, un ímpetu evangélico. Deleitaba al gran papa polaco que tantos jóvenes del mundo, en toda su diversidad, se congregaran en estas reuniones, y si le hubieran dicho que el verdadero propósito del evento era celebrar la diferencia y hacer sentir a todos cómodos con quiénes eran y que no había interés en convertir a Cristo a ninguno de ellos, habrían recibido una mirada fulminante. 

Tengo agendadas cinco presentaciones para dar en la Jornada Mundial de la Juventud en Lisboa y me gustaría asegurarle al Obispo Aguiar que cada una de ellas tiene el propósito de evangelizar.