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Mary with the Baby Jesus

Dios se Hizo un Bebé

December 26, 2022

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Los bebés tienen un “no sé qué”. Si entra un bebé en una habitación con mucha gente, todos querrán verlo. Las conversaciones se detendrán, las sonrisas se diseminarán en todos los rostros, se extenderán los brazos para alcanzar al niño. Incluso la persona más irascible y cascarrabias de la habitación se olvidará de sí mismo y se dejará absorber por el bebé. Gente que momentos antes había estado discutiendo lo estará arrullando y le hará gestos graciosos al niño. Los bebés traen paz y alegría; es lo que hacen.  

El mensaje central e incluso desconcertantemente extraño de Navidad es que Dios se hizo un bebé. El Creador omnipotente del universo, el fundamento de la inteligibilidad del mundo, la fuente de la existencia finita, la razón por la cual existe algo en vez de nada —se hizo un niño tan débil hasta para levantar su cabeza, un bebé vulnerable recostado en un pesebre donde se alimentan los animales. Estoy seguro de que todos los que rodeaban la cuna del Cristo niño —su madre, San José, los pastores, los magos— hicieron lo que la gente siempre hace alrededor de los bebés: le sonrieron y lo arrullaron y le hicieron sonidos graciosos. Y se unieron más intensamente por su interés común en torno al niño.

Vemos en esto una pincelada del genio divino. Durante toda la larga historia de Israel, Dios se esforzó por atraer hacia sí a su pueblo elegido e involucrarlo en una comunión más profunda entre ellos mismos. Todo el propósito de la Torá, los Diez Mandamientos, las leyes de alimentación descriptas en el libro de Levítico, la predicación de los profetas, las alianzas con Noé, Moisés y David, y los sacrificios ofrecidos en el templo fueron simplemente para fomentar la amistad con Dios y engrandecer el amor entre su pueblo. Un tema triste pero recurrente en el Antiguo Testamento es que, a pesar de todos estos esfuerzos e instituciones, Israel permaneció enemistado con Dios: ignoraron la Torá, quebraron las alianzas, desobedecieron los mandamientos, corrompieron el templo.

Los bebés traen paz y alegría; es lo que hacen.

Entonces, en la culminación de los tiempos, Dios no decidió intimidarnos ni darnos órdenes desde lo alto, sino convertirse en un bebé, porque ¿quién podría resistirse ante un bebé? En Navidad, la raza humana no miraría arriba buscando el rostro de Dios sino que miraría hacia abajo al rostro de un niñito. Una de mis heroínas espirituales, Santa Teresa de Lisieux, era conocida como “Teresa del Niño Jesús”. Es bastante sencillo sentimentalizar la denominación, pero deberíamos resistir la tentación. Al identificarse con el Cristo niño, Teresa estaba empeñándose sutilmente en atraer fuera de sí mismas y hacia una actitud de amor a todas las personas con las que se encontraba. 

Una vez que comprendemos esta dinámica esencial de la Navidad, la vida espiritual se abre de un modo original. ¿Dónde encontramos al Dios que buscamos? Lo hacemos con mayor claridad en los rostros de los vulnerables, los pobres, los desamparados, los ingenuos. Es relativamente fácil resistir las exigencias de los ricos, exitosos y autosuficientes. De hecho, es más probable que sintamos resentimiento hacia ellos. Pero los humildes, los necesitados, los débiles —¿cómo podemos abandonarlos? Nos atraen —como lo hace un niño— fuera de nuestras preocupaciones y hacia el ámbito del amor verdadero. Este es sin dudas el porqué de que tantos santos —Francisco de Asís, Isabel de Hungría, Juan Crisóstomo, la Madre Teresa de Calcuta, por nombrar sólo unos pocos— fueron atraídos por servicio de los pobres.

Estoy seguro de que la mayoría de los que leen estas palabras se reunirán con sus familias para celebrar la Navidad. Todos estarán allí: padre y madre, primos, tíos y tías, tal vez abuelos y bisabuelos, algunos amigos que se encuentren lejos de sus hogares. Habrá un montón de comida, un montón de risas, muchas conversaciones alegres, muy probablemente alguna que otra feroz discusión política. Los extrovertidos la pasarán espléndido; los introvertidos hallarán todo eso un poquito más desafiante. Estaría dispuesto a apostar que en la mayoría de las reuniones, en cierto momento, un bebé aparecerá en la habitación: el nuevo hijo, nieto, bisnieto, primo, sobrino, lo que sea. ¿Podría animarlos a que este año estén particularmente atentos a lo que ese bebé causa en cada uno, que noten el poder magnético que tiene sobre ese grupo diverso? Y los invitaría luego a recordar que la razón por la que se están reuniendo todos es la de celebrar al bebé que es Dios. Y finalmente, permítanse ser atraídos por ese magnetismo peculiar de ese niño divino. 

Se publicó una versión de este artículo en el Wall Street Journal, edición del 24 de diciembre de 2022.