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Vatican II

“Dei Verbum” y el 60 Aniversario del Vaticano II

October 17, 2022

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Estoy redactando estas líneas el 11 de octubre de 2022, que es el aniversario número sesenta de la apertura del Concilio Vaticano II, sin dudas el acontecimiento eclesial más trascendental del siglo XX. Pienso que es justo decir que nosotros los Católicos hemos estado hablando, discutiendo y reflexionando, denigrando y celebrando, al Vaticano II casi sin parar por los últimos sesenta años. Incluso hasta la encuesta más apresurada en internet revelará que la acalorada conversación no da signos de dejar de echar chispas.

Tanto sus defensores como sus críticos durante las últimas seis décadas han buscado afanosamente la clave de interpretación de la compleja serie de documentos que produjeron los padres conciliares. Cuando entraba en la mayoría de edad, la generalidad de los comentaristas decía que Gaudium et Spes, el texto en difusión sobre la Iglesia en el mundo moderno era el documento más fundamental de los textos del Vaticano II. Y ciertamente, Gaudium et Spes promovió diez mil aulas talleres sobre la obligación de la Iglesia de escudriñar “el signo de los tiempos” y abandonar la postura defensiva frente al mundo secular. Incluso otros críticos eclesiales durante aquellos años sostenían que el primer documento aprobado por el Vaticano II —es decir, Sacrosanctum Concilium— la gran constitución sobre la sagrada liturgia era el más fundamental. Y ciertamente, ese texto que inauguró la transformación de la Misa y nos conminó a pensar en la liturgia de un modo fresco, resultó ser tremendamente influyente. Y un grupo considerable de analistas sostenía que Lumen Gentium, el efusivo documento sobre la naturaleza de la Iglesia, era el cristal a través del cual leer el concilio entero. Y obviamente, la mayoría de los teólogos presentes en el Vaticano II habrían enseñado que la eclesiología, el estudio formal de la Iglesia, fue ciertamente la preocupación primordial de los padres. Por lo tanto, puede argumentarse a favor de todos esos documentos.

Si el Cristianismo es una religión revelada, entonces debemos adecuarnos a lo que se nos ha dado y resistir la tentación de forzar lo dado para adecuarlo a nosotros.

Pero me encuentro en el aniversario sesenta del concilio suscribiendo a la sugerencia de George Weigel de que el texto más fundamental, ciertamente aquel bajo cuya luz la recopilación entera de los textos debería ser comprendida, es Dei Verbum, la constitución sobre la revelación divina. Ahora bien, Dei Verbum tiene mucho que decir sobre temas técnicos de la interpretación bíblica, incluyendo la importancia central de la distinción entre los diferentes géneros empleados por los autores de la escritura. Habla elocuentemente de la sutil relación entre Dios que se revela y los autores humanos inteligentes, activos a través de quienes Dios lleva a cabo su revelación. Explora también muy provechosamente el juego entre las Escrituras y la tradición interpretativa que acompaña necesariamente la aceptación de las Escrituras a lo largo de los siglos. Pero no es debido a estos logros que considero a Dei Verbum tan crucialmente importante.  

Lo que es de máxima importancia es su simple afirmación de que el Cristianismo es una religión revelada —esto es, una que está basada en la automanifestación de Dios. Existen muchas religiones y filosofías religiosas que están fundadas en la experiencia humana, en nuestro sentido intuitivo de Dios. Tienen un acento especial, por consiguiente, en la búsqueda humana de lo divino. Si acuden a la sección de religión de cualquier tienda de libros o biblioteca, encontrarán decenas de volúmenes con este tema. Pero el Cristianismo no es fundamentalmente la historia de nuestra búsqueda de Dios; es la historia de la incesante búsqueda de Dios a nosotros. No es fundamentalmente sobre nuestras palabras acerca de Dios sino de la Palabra de Dios que nos habló. Por eso, el Cristianismo no es algo que hemos inventado; en cambio, es algo que hemos recibido. Obviamente, la doctrina de la Iglesia, la práctica litúrgica, la disciplina sacramental, etc., se desarrollan a través del tiempo, convirtiéndose cada vez más expresivas de la intención de Cristo, pero retienen su forma y propósito esenciales, colocándose por encima y en contra de lo que nosotros quisiéramos que fuera.

Esta idea perenne, a la que Dei Verbum dio expresión moderna, es de importancia crucial en la actualidad, cuando domina una cultura de la autoinvención, algunas veces incluso dentro de la Iglesia. En esa interpretación descarriada, la doctrina, moral, sacramentos y estructuras de autoridad expresan la voluntad de la gente y por lo tanto pueden cambiar de acuerdo al capricho de la gente. Pero de nuevo, si el Cristianismo es una religión revelada, entonces debemos adecuarnos a lo que se nos ha dado y resistir la tentación de forzar lo dado para adecuarlo a nosotros. 

Considerando estas observaciones, podemos ver por qué Dei Verbum debería ser el cristal de interpretación del concilio entero. Miremos a los otros textos y temas a los que hemos hecho referencia. La liturgia no es una expresión ritual de nuestros anhelos espirituales, sino una participación en la objetividad de la muerte y Resurrección de Cristo. La Iglesia misma no es una sociedad que hemos estructurado para nuestros propósitos y en base a nuestros términos, sino el Cuerpo Místico de Jesús. Y la misión de la Iglesia en el mundo moderno no es una cuestión de nuestra propia determinación sino más bien es dada a nosotros por Cristo: “Vayan y prediquen el Evangelio a las naciones”. Todo esto ha sido recibido, no fabricado. Así que si olvidamos la enseñanza central de Dei Verbum, entonces Lumen Gentium, Sacrosanctum Concilium y Gaudium et Spes serán fundamentalmente malinterpretadas.

Podría sugerirles, a modo de conclusión, que un muy buen modo de celebrar el aniversario sesenta del Concilio Vaticano II es encontrar una copia de Dei Verbum, acurrucarse al calor del hogar, y leerla.