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Amigos, hoy en el discurso de la Última Cena Jesús nos revela la morada interior y mutua —la co-inherencia— del Padre y del Hijo.

John Dunne ha dicho que “ningún hombre es una isla”. Sino que todos estamos interconectados. ¿Cómo nos identificamos en esas conexiones? Casi exclusivamente a través de brindar nombres a las relaciones. La co-inherencia es de hecho el nombre prevalente a todos los niveles de la realidad.

Y Jesús nos presenta la co-inherencia que se obtiene dentro de la existencia misma de Dios. “¿No creen que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí?”. Aunque Padre e Hijo son realmente distintos, están totalmente el uno en el otro por un acto de amor mutuo.

Ahora, una increíblemente buena noticia es que Jesús y el Padre nos han invitado a participar en la vida que comparten, a ingresar plenamente en la co-inherencia. “En la Casa de mi Padre hay muchas habitaciones”. ¿Qué es la “Casa” del Padre sino Su propia vida? Lo que dice Jesús es que hay un espacio infinito dentro de la vida amplia de Dios. Al amor entre el Padre y el Hijo —que se llama “el Espíritu Santo”— podemos llegar, podemos entrar y podemos participar.