Amigos, en el Evangelio de hoy vemos a Jesús como juez, mostrando misericordia y amor. Es difícil leer dos páginas de la Biblia—en el Antiguo o Nuevo Testamento—y no encontrar el lenguaje del juicio divino.
Pensemos en el juicio como una especie de luz, que revela tanto lo positivo como lo negativo. Las cosas hermosas se ven aún más hermosas cuando la luz brilla sobre ellas; las cosas feas se ven aún más feas cuando salen a la luz. Cuando la luz divina brilla, cuando el juicio tiene lugar, algo como un amor real se libera.
Alguien podría evitar ver al médico durante años, temeroso de descubrir alguna enfermedad o eventual fatalidad. ¡Pero cuánto mejor para ti es hacerlo, aún cuando el médico pronuncie un “juicio” severo sobre tu condición física!
Y esta es la razón por la cual el juicio es una actividad propia de un rey. No es el ejercicio de un poder arbitrario, sino más bien el de un amor real.