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Amigos, en este Domingo de Ramos, leemos el magnífico Evangelio de Mateo sobre la Pasión que nos invita a reflexionar sobre la seriedad del pecado.

El Evangelio proclamado por los primeros Cristianos ciertamente involucra la gloriosa Resurrección, pero los primeros evangelistas nunca dejan que sus oyentes olviden que quien había resucitado no era otro que el crucificado.

Entonces la pregunta era, y sigue siendo, ¿por qué la salvación de la raza humana por parte de Dios tiene que incluir algo tan horrible como la crucifixión del Hijo de Dios?

En este aspecto, los autores de las Escrituras han entendido el pecado no tanto como una serie de actos sino como una condición en la que estamos atrapados. Ninguna cantidad de esfuerzo puramente humano podría resolver el problema. Algo terrible debía hacerse en nuestro nombre para compensar el horror del pecado.

Con este realismo Bíblico en mente podemos comenzar a comprender por qué era necesaria la crucifixión del Hijo de Dios. La relación justa entre Dios y los seres humanos no podía restablecerse a través de nuestro esfuerzo moral o simplemente con una palabra de perdón. Había que hacer algo, y sólo Dios podía hacerlo.