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Amigos, nuestro Evangelio hoy nos muestra lo que Jesús quiere que sus discípulos hagan y cómo deben hacerlo. Somos una Iglesia misionera. Somos enviados por el Señor para esparcir Su Palabra y realizar Su trabajo. El Evangelio no es algo a lo cual aferrarnos para nuestro solo beneficio; sino que es una semilla que debemos regalar.

La oración no es incidental al ministerio. No es algo decorativo. Es el alma de los esfuerzos de la Iglesia. Sin la oración nada tendrá éxito; sin ella ningún ministro estará dispuesto. Por ello, en todo momento recemos, recemos, recemos.  

Pobreza y simplicidad de vida son prerrequisitos para la efectiva proclamación del Evangelio. Los santos Antonio, Benito, Crisóstomo, Francisco y Clara, Domingo, Ignacio, Madre Teresa —a través de la iglesia, los más efectivos proclamadores del Evangelio son aquellos que han confiado en la providencia de Dios y dejado todo lo mundano.

¿Qué es lo primero que un ministro debería hacer al entrar en una ciudad? “Curar a los enfermos del lugar”. Cristo es Soter, sanador de cuerpo y espíritu. La segunda gran tarea de la Iglesia es proclamar que “el Reino de Dios está cerca”. La Iglesia anuncia, proclama, evangeliza.