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Amigos, llegamos hoy al final del extraordinario capítulo sexto del Evangelio de Juan. Jesús les ha dicho a quienes lo escuchaban: “Si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes”. 

Escuchamos que “muchos de sus discípulos decían: ¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo? Jesús, sabiendo lo que sus discípulos murmuraban, les dijo: ¿Esto los escandaliza?”. Ahora bien, si sus palabras hubieran tenido un sentido simbólico, no habrían tenido este efecto explosivo e impactante en sus oyentes. Y en cada oportunidad ofrecida para aclarar el significado, Jesús no hace nada al respecto. 

Lo que se desprende de estas palabras del Señor es uno de los momentos más tristes del Nuevo Testamento: la Escritura nos dice que muchos de sus seguidores lo abandonaron. 

Pero cuando Jesús pregunta si sus discípulos también se irán, Pedro habla por los Doce: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios”. 

La Iglesia, a través de los siglos, y hasta el día de hoy, ha estado con Pedro. Jesús no es un maestro interesante entre muchos; Él es el único, el que tiene palabras de Vida eterna; de hecho, es el Santo de Dios. Y viene a nosotros a través de la Carne y la Sangre de la Eucaristía.