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Amigos, Joseph Ratzinger dijo que el alma corresponde a nuestra capacidad de relación con Dios. Tenemos toda una cantidad de poderes intelectuales y relacionales, pero más allá de todos ellos, tenemos la capacidad de conocer y amar a Dios. Y dado que Dios es eterno, este poder nos une a la eternidad, lo que demuestra que no estamos simplemente limitados al espacio y al tiempo. Decir que no somos más que “cuerpos” que florecen brevemente y luego se desvanecen es perder esta dimensión de nuestra existencia. En cambio, hablamos de almas y de una existencia duradera de aquellos que nos han precedido en la muerte. 

Por eso Jesús habla sin reparos sobre la vida eterna en el Evangelio de hoy: “Esta es la voluntad de mi Padre: que el que ve al Hijo y cree en él, tenga Vida eterna y que yo lo resucite en el último día”. Hubo un gran debate en la época de Jesús dentro del judaísmo respecto a esta cuestión. Muchos, incluidos los saduceos, negaban la idea de la vida después de la muerte, pero otros, incluidos los fariseos, la afirmaban. 

Jesús claramente se pone del lado de quienes la afirman, y su propia resurrección de entre los muertos demostró esta creencia de la manera más enfática posible.