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Amigos, en el Evangelio de hoy Jesús advierte a los discípulos sobre la levadura de los fariseos y la de Herodes. Por otro lado, Él quería que ellos mismos fueran la levadura que transformaría la cultura. 

El Concilio Vaticano II habló del llamado universal a la santidad: una convocatoria a todos los bautizados para ser levadura transformadora en la sociedad. Los padres del Concilio Vaticano II querían inspirar a una generación de grandes profesionales católicos con la esperanza de que esas personas llevarían la santidad que aprendieron en la Iglesia a sus áreas de especialización en el mundo secular. 

La Iglesia manifiesta la forma de ordenar las cosas nacidas del amor —amor por Dios y amor al prójimo. La generosidad, la paz, la no violencia y la confianza darán lugar a una nueva forma de ordenar las cosas. Esto es cierto para la familia, la escuela, la parroquia, la comunidad, el estado, la nación. 

Ahora bien, ¿cómo se pone en marcha este proyecto? Claramente, incluso para aquellas personas más ingenuas, esto nunca sucede rápido, de la noche a la mañana. Más bien, en pequeñas etapas, las personas comienzan a vivir de acuerdo con los caminos del Señor. Y más luego, en los tiempos de Dios, esta nueva comunidad comienza a tener un efecto leudante en la sociedad en general.