Amigos, en el Evangelio de hoy Jesús le dice con total naturalidad, antes de sanar al paralítico: “Hijo, tus pecados te son perdonados”. Conmocionados, los fariseos responden: “¡Está blasfemando! ¿Quién puede perdonar los pecados, sino sólo Dios?”
Por supuesto, tenían toda la razón, y ese es el punto. Si me hubieras lastimado, podría con cierta legitimidad ofrecerte mi perdón por tu ofensa. Pero si hubiera hecho daño a otra persona, difícilmente podría ofrecerle mi perdón por su pecado. La única forma que tal afirmación podría no ser una blasfemia sería si yo fuera el que se sintiera ofendido por los pecados. Y esto es lo que intuyeron correctamente los fariseos.
G.K. Chesterton dijo que incluso los que rechazan la doctrina de la Encarnación (como los fariseos) son diferentes por haberla escuchado. La afirmación de que Dios se convirtió en uno de nosotros cambia la imaginación, obligando a reevaluar tanto a Dios como al mundo. Esta extraña afirmación está, implícita o explícitamente, en prácticamente todas las páginas del Nuevo Testamento.
Por lo tanto, cuando Jesús perdona los pecados del paralítico, los fariseos responden que solo Dios puede perdonar los pecados, y así, a pesar de ellos mismos, profesan fe en la Buena Nueva.