Amigos, en el Evangelio de hoy, Jesús rescata a Pedro y dice: “Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?” Cuando vivimos envueltos en nuestros propios egos y miedos habitamos el estrecho espacio de una pusilla anima (alma pequeña) pero cuando dejamos de lado nuestra espantosa seriedad, cuando vivimos en una riesgosa libertad, habitamos entonces en la infinita extensión de una magna anima (gran alma).
Las personas santas son aquellas que se dan cuenta que participan en algo y Alguien infinitamente más grande que ellos. Lejos de doblegarlos, esta conciencia los hace grandes. En cien modos, nuestra tradición teológica y espiritual intenta cultivar una gran alma, para atraernos a la maravillosa convicción de que esto no se trata de nosotros mismos.
El Evangelio de Juan dice que en su juventud Pedro trabajó bajo la ilusión de que podía controlar su vida: caminaba a donde le gustaba y ataba su propio cinturón. Pero en su vejez —el tiempo de la sabiduría— se dará cuenta que su vida ha estado bajo la dirección de un Poder que su ego no puede ni comenzar a manipular. Al llevarlo a donde no quiere ir, este Poder le presentará con una magna anima.