Please ensure Javascript is enabled for purposes of website accessibility

Amigos, en el Evangelio de hoy, Jesús nos advierte considerar aquellas señales del paso de todas las cosas. Todos los gozos, bienes, placeres y logros de este mundo algún día nos serán quitados. Y esa futilidad se extiende a toda la cultura, a toda la naturaleza e incluso al propio cosmos.

Los físicos nos dicen que, un día, nuestra tierra será abrazada por el sol. Entonces el sol colapsará sobre sí mismo y se convertirá en un agujero negro que atraerá materia y luz a sí mismo. Después de muchos miles de millones de años el universo entero se quedará sin energía y se desvanecerá en una gran helada o se consumirá en un gran calor.

Uno podría sentirse tentado fácilmente a desesperarse y decir: “¿Y entonces?” y “¿Qué sentido tiene?” O uno podría tener la tentación de decir con Jean-Paul Sartre y sus amigos existencialistas, “La vie est absurde” (la vida es absurda).

Entonces, miramos en otra dirección, miramos más allá, hacia el amor inquebrantable de Dios, que ha traído al universo entero de la nada a la existencia, que lo sostiene incluso ahora, y que un día nos llevará a una vida y un gozo más allá del mismo.