Amigos, en nuestro Evangelio de hoy Jesús realiza algo dramático al limpiar el Templo. Su vocación profética se manifiesta en Su discurso, gestos y acciones. La confrontación de Jesús con los poderes mundanos y las tradiciones disfuncionales será muy específica, intensa e inquietante.
Ubicado en el corazón de la ciudad santa de Jerusalén, el Templo era el centro político, económico, cultural y religioso de la nación. Dar vuelta las mesas de los cambistas, expulsar a los comerciantes, gritar enfadado y trastornar el orden de ese lugar era golpear a la institución más sagrada de la cultura, una inexpugnable personificación de la tradición.
Era mostrarse crítico en el sentido más radical y sorprendente posible. El autor del Evangelio de Juan atestigua que ese acto de Jesús guerrero surgió de la profundidad de su identidad profética: “Y sus discípulos recordaron las palabras de la Escritura: El celo por tu Casa me consumirá”. Muchos de los críticos históricos del Nuevo Testamento sostienen que este evento —impactante, sin precedentes, deliberado— es lo que finalmente persuade a los líderes de que Jesús merecía ser ejecutado.