Amigos, en el Evangelio de hoy Jesús nos habla de la promesa de vida eterna del Padre para todo aquel que crea en el Hijo. Todo ser humano es un sujeto de inestimable valor porque ha sido creado por Dios y destinado a la vida eterna.
Cuando Jesús habla a la mujer samaritana junto al pozo y le promete un “manantial que brotará hasta la vida eterna”, evoca lo que Tomás de Aquino dice respecto a la creación: la presencia de Dios siempre obrando en las raíces mismas de nuestro ser. La creación no es un acto único y para siempre de un Dios esencialmente trascendente, sino más bien un regalo siempre presente y nuevo que se derrama desde su fuente divina. Lo que Aquino implica es que las criaturas están en relación con la energía de Dios, que las atrae continuamente del no ser al ser, haciéndolas nuevas.
Una vez que el alma es transfigurada, el único camino atractivo es aquel que recorrió Cristo, es decir, el camino de ofrecerse a Sí mismo, de entrega total. Con el ardor que nos da tomar conciencia de Dios, en contacto con la fuente divina que está dentro de nosotros, bebiendo del pozo de la vida eterna, estamos inspirados para derramarnos en amor.