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Amigos, en el Evangelio de hoy, Jesús describe el poder transformador del Reino de Dios al compararlo con una semilla de mostaza y con levadura. La Iglesia es el Cuerpo de Jesús, el organismo vivo que mantiene presente la voluntad y mente de Cristo en el mundo. Es Su amor hecho carne a lo largo de los siglos, Sus manos, pies, ojos y corazón.

Todos somos, a través del bautismo, miembros de ese Cuerpo, por lo tanto, orgánicamente estamos relacionados con Él y entre nosotros mismos. Nuestro propósito es Su propósito: llevar el amor no violento y perdonador de Dios a un mundo hambriento, ir a los lugares más oscuros en busca de pecadores, ser a la vez juez y portador de salvación.

La responsabilidad de la Iglesia no es tanto hacerse accesible al mundo, sino más bien transformar el mundo. Es la semilla de mostaza, la levadura. En los términos de San Agustín, es la Ciudad de Dios abriéndose camino dentro de la Ciudad del Hombre.

Cuando somos más auténticamente nosotros mismos, encarnando el espíritu de Jesús, o mejor aún, siendo Su Cuerpo, somos más persuasivos y convincentes. Cuando conformamos lo que falta en los sufrimientos de Cristo ejercemos nuestra misión adecuadamente.