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Amigos, el Evangelio de hoy nos presenta una de las parábolas de Jesús más amadas: la referida a la semilla de mostaza. “El Reino de los Cielos se parece a un grano de mostaza que un hombre sembró en su campo. En realidad, esta es la más pequeña de las semillas, pero cuando crece es la más grande de las hortalizas”.

¿Cómo es que Dios trabaja? ¿Cómo es la construcción del Reino? De lo muy pequeño a lo muy grande, y por medio de un proceso lento y gradual. Dios tiende a trabajar bajo el radar, al margen de las cosas, en silencio, clandestinamente, sin llamar la atención.

En la Ciudad de Dios, San Agustín escribió que la Iglesia es como el Arca de Noé, un barco que va a los saltos en los mares agitados de la historia. A medida que los grandes imperios van y vienen, a medida que las olas de la historia chocan ruidosamente contra la orilla, el reino de Dios avanza silenciosamente, desapercibido, pero inevitablemente.

En una de mis imágenes favoritas C.S. Lewis habla de este principio. ¿Cómo, se pregunta, entró Dios en la historia? En silencio, en un rincón olvidado del Imperio Romano —a escondidas, por así decirlo, detrás de las líneas enemigas.