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Amigos, en el Evangelio de hoy Jesús corrige a los Fariseos con un tema propio de su ministerio: “Deseo misericordia, no sacrificio”.

Cada santo tiene un pasado, y todo pecador tiene un futuro. Esta es la clave de la espiritualidad católica. En la vida de cada uno de estos héroes de la fe ha existido algún tipo de conversión. Y todos los pecadores, todos nosotros, tenemos un futuro. Por ello nos sumergimos en la misericordia de Dios.

En los Salmos hay una hermosa referencia a un aceite corriendo sobre la barba, sobre el cuello de la túnica. La divina misericordia derramada sobre nosotros, derramada sin reservas, es así: no se recibe porque se haya ganado, no se puede ganar.

Dios no nos ama porque somos dignos. Somos dignos porque Él nos ama. No merecemos esta misericordia, pero nos sumergimos en ella y así somos transformados.