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Amigos, en el Evangelio de hoy Jesús envía a misionar a aquellos apóstoles a quienes formó. Los sacerdotes, a través de los siglos —desde San Agustín y Santo Tomás de Aquino, hasta San Francisco Javier y John Henry Newman, hasta San Juan Pablo II— son descendientes de esos primeros amigos y discípulos del Señor. Han sido necesitados en todas las épocas, y se necesitan hoy, porque el reino de los cielos debe ser proclamado, los pobres deben ser atendidos, Dios adorado, y los sacramentos administrados.

Los padres espirituales son necesarios especialmente en nuestro tiempo, cuando una marea creciente de secularismo amenaza oprimir los impulsos religiosos. Hemos sido diseñados por Dios, y nunca satisfaceremos el anhelo más profundo de nuestro corazón sin Dios.

La ideología secularista enseña las cantidades suficientes de riqueza, placer, poder u honor que nos harán felices. ¿Quién puede contrarrestar esto? ¿Quién hablará a esta cultura de la belleza de Dios? ¿Quién nos recordará que nuestras vidas no son acerca de nosotros? ¿Quién interpretará y hará comprender las palabras del Evangelio, y extenderá la mesa del banquete del Cuerpo y la Sangre de Cristo? Por eso necesitamos sacerdotes.