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Amigos, tres veces en el Evangelio de hoy Jesús nos dice que no tengamos miedo. Cuando tenemos miedo nos aferramos a lo que somos y a lo que poseemos; nos vemos como el centro que es amenazado por un universo hostil. El miedo es el “pecado original” del que hablan los Padres de la Iglesia. El miedo es un veneno inyectado en la conciencia humana y en la sociedad desde el principio.

Y el miedo es también el resultado de olvidar nuestra identidad más profunda. En el fondo de nuestro ser existe lo que el cristianismo llama “la imagen y semejanza de Dios”. Esto significa que en los cimientos de nuestra existencia somos uno con el poder divino que continuamente crea y sostiene el universo. Somos sostenidos y queridos por el infinito amor de Dios.

Cuando descansamos en ese centro y nos damos cuenta de Su poder, sabemos que estamos a salvo, o en un lenguaje religioso más clásico somos “salvados”. Y, por lo tanto, podemos dejar el miedo y comenzar a vivir con una confianza radical. Porque cuando perdemos de vista ese arraigo en Dios vivimos exclusivamente en la pequeña isla del ego, y nuestras vidas se ven dominadas por el miedo.