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Amigos, en el Evangelio de hoy Jesús llama a Mateo para que se convierta en discípulo. 

Jesús miró a este hombre y dijo simplemente: “Sígueme”. ¿Lo invitó Jesús a Mateo porque este recaudador de impuestos lo merecía? ¿Estaba Jesús respondiendo a algún anhelo oculto en el corazón del pecador? Ciertamente no. La gracia, por definición, viene sin invitación y sin explicación. 

En la magnífica pintura de Caravaggio sobre esta escena, Mateo responde a la llamada de Jesús señalándose a sí mismo, incrédulo,  y con una expresión burlona, ​​como si dijera: “¿A mí, me quieres?”. La mano de Cristo en la imagen de Caravaggio es una adaptación de la mano de Dios Padre en la representación realizada por Miguel Ángel acerca de la creación del hombre que está en la Capilla Sixtina. Así como la creación es ex nihilo, también la conversión es una nueva creación. 

Mateo inmediatamente se levantó y siguió al Señor. ¿Pero a dónde lo siguió? ¡A un banquete! “Mientras Jesús estaba en la mesa de su casa . . .” es lo primero que leemos después que Mateo decide seguirlo. Antes de llamar a Mateo para hacer algo, Jesús lo invita a sentarse en comunión alrededor de una mesa festiva. Erasmo Leiva-Merikakis ha comentado que: “El significado más profundo del discipulado Cristiano no es trabajar para Jesús sino estar con Jesús”.