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Amigos, el Evangelio de hoy nos cuenta la historia del pastor que busca la oveja perdida. Observemos esa oveja perdida. Una oveja es algo más que una moneda – es decir, tiene movilidad propia, sentidos, apetitos, etc. Hace muchos años, cuando estaba de retiro en la Abadía de Tamie en los Alpes, escuché un balido desesperado de una oveja que había caído en un pozo. Lloró toda la noche, pues sabía que estaba en problemas y esperaba que alguien viniera a salvarla.

Hay almas que son como ovejas perdidas. Espiritualmente comprometidas, y fundamentalmente incapaces de ayudarse a sí mismas, al menos son conscientes de que están en problemas. Son como las personas que comienzan el proceso en AA (alcohólicos anónimos) al admitir que han tocado fondo y fuera de control. Balan, se quejan y lloran por ayuda.

Y Dios las encuentra —y cuando lo hace, las lleva de regreso, porque no pueden hacerlo solas.