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Amigos, hoy escuchamos la primera parte del Evangelio de Marcos: “Comienzo de la Buena Noticia de Jesús, Hijo de Dios”. Esto puede sonar anodino e inofensivamente piadoso, pero en el primer siglo esas eran palabras de lucha.

El término griego en Marcos, euangelion, que traducimos como “buena noticia”, era una palabra que se usaba típicamente para describir una victoria imperial. Cuando el emperador ganaba una batalla o sofocaba una rebelión, enviaba evangelistas con las buenas noticias.

¿Ves ahora cuán subversivas fueron las palabras de Marcos? Y escribía desde Roma, el vientre de la bestia, desde el corazón del imperio cuyos líderes habían matado a sus amigos Pedro y Pablo apenas unos años antes, y declaraba que la verdadera victoria no tenía nada que ver con el César, sino con alguien a quien César había matado y a quien Dios resucitó.

Y para clarificar, se refiere a este Señor resucitado como “Hijo de Dios”. Desde la época de Augusto, “Hijo de Dios” era un título reclamado por el emperador romano.

No es así, dice Marcos. El auténtico Hijo de Dios es aquel que es más poderoso que el César. El comienzo del Evangelio de Marcos es un desafío directo a Roma: Jesucristo, no el César ni ninguno de sus descendientes, es el Señor.