Amigos, en el Evangelio de hoy Jesús nos habla sobre un hombre rico que había tenido tanto éxito que no tenía suficiente espacio para almacenar su cosecha. Entonces derriba sus graneros y construye otros más grandes. Sin embargo, esa misma noche muere -y todo eso no sirvió para nada. “Esto es lo que sucede al que acumula riquezas para sí, y no es rico a los ojos de Dios”.
No importa cuán bueno, cuán hermoso sea el estado de las cosas aquí abajo, está destinado a pasar y dejar de ser. Esa puesta de sol que disfruté anoche —esa exhibición hermosa— ahora se ha ido para siempre. Duró solo un tiempo. Esa persona hermosa —atractiva, joven, llena de vida, creativa, y alegre— eventualmente envejecerá, enfermará, y morirá.
Una imagen que siempre me viene a la mente cuando pienso en estas cosas son los espléndidos fuegos artificiales que se abren como una flor gigante y luego, en un abrir y cerrar de ojos, desaparece para siempre. Todo está poseído por el no ser. Todo es, finalmente, una burbuja.
Pero esto no es para deprimirnos, sino que tiene la intención de redirigir nuestra atención precisamente a las cosas que están “arriba”, a la eternidad de Dios.