Amigos, en el Evangelio de Lucas de hoy, por segunda vez, Jesús predice su muerte inminente.
Jesús habla con frecuencia de su “hora”, la culminación de su obra en esta vida, y esta hora coincide con su Cruz. En lo que quizás sea el misterio más inquietante del Nuevo Testamento, esta macabra glorificación a través de la Crucifixión, no es simplemente el resultado de malas decisiones humanas, también lo quiere aquel a quien Jesús llamó “Abba, Padre”. De alguna manera, es el propósito más profundo de la Encarnación; de alguna manera es por ello que fue enviado.
Y, por tanto, un ataque a la muerte fue la misión del Hijo de Dios. No puede quedar ningún lugar que no haya sido tocado por la misericordia divina, ningún refugio a la fuerza del amor implacable de Dios. Debido a que el Hijo ha llegado a los límites de un abandono por Dios, huimos del Padre solo para encontrarnos, al final de nuestra carrera, en los brazos del Hijo.
Del mismo modo que un padre iría a cualquier parte para rescatar a su hijo, así Dios, el Padre de la raza humana, fue a los confines más oscuros del cuerpo y el alma para salvarnos. Y, por tanto, este es el significado de la Cruz: Dios es amor en corazones heridos.