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Amigos, en el Evangelio de hoy, Jesús reconoce la prudencia de las diez vírgenes sabias. En la Edad Media, la prudencia era llamada “la reina de las virtudes”, porque permitía a uno hacer lo correcto en una situación particular. La prudencia es una percepción de la situación moral, algo así como aquella que tiene un mariscal de campo sobre el juego o un político respecto de los votantes de su distrito.

La sabiduría es, como la prudencia, un tipo de visión, pero a diferencia de la prudencia es comprender el panorama general. Es la capacidad de examinar la realidad desde la perspectiva de Dios, apreciando la más grandiosa visión. Sin sabiduría, incluso el juicio más prudente sería erróneo, miope, o inadecuado.

La combinación, por lo tanto, de prudencia y sabiduría es especialmente poderosa. Alguien que sea sabio y prudente tendrá una idea del panorama general y también de la situación particular.

Esta es la combinación que poseen los santos. Es por eso que muchos de los santos podían ser etéreos y prácticos. Pensemos en la Madre Cabrini, una mujer con una visión notablemente amplia que también era capaz de negociar con banqueros y agentes inmobiliarios.