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Una nueva apologética: la intervención del obispo Barron en el sínodo sobre los jóvenes

October 3, 2018

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NOTA: Hoy, el obispo Barron ofreció la siguiente intervención en el Vaticano durante el Sínodo de 2018 sobre los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional. Para obtener más contenido del obispo Barron durante el Sínodo, visite WordFromRome.com, donde encontrará videos detrás de escena, entrevistas, comentarios y más. 


 

El encuentro de Jesús con los otrora discípulos en el camino a Emaús ha proporcionado un hermoso modelo para el trabajo de acompañamiento de la Iglesia a lo largo de los años. El Señor camina con la pareja, incluso cuando se alejan de Jerusalén, lo que significa, espiritualmente hablando, en la dirección equivocada. No les interpela juzgándolos, sino más bien los escucha con interés y los llena de ánimos. Jesús continúa escuchando, incluso cuando le cuentan, con bastantes detalles, todo lo que le había ocurrido a Él. Pero entonces, sabiendo que ellos carecían de las herramientas para interpretar lo que le había sucedido, les reprende (“¡Oh insensatos! ¡Cuan lentos de corazón son para creer en todo lo que les han dicho los profetas!”), y luego les expone su enseñanza (“empezando por Moisés y los profetas, les interpretó lo que se decía de Él en las Escrituras”). Escucha con amor y después habla con fuerza y claridad.

Innumerables encuestas y estudios a lo largo de los diez últimos años han confirmado que la gente joven frecuentemente aduce motivos de índole intelectual cuando les preguntan por la razón de haber abandonado la Iglesia, o de haber perdido la confianza en ella. La más importante de estas ideas es que la religión está opuesta a la ciencia o no puede resistir un cuestionamiento racional, que son creencias están fuera de moda, un residuo de tiempos primitivos, que no podemos confiar en la Biblia, que las creencias religiosas dan lugar a violencia, que Dios es una amenaza para la libertad humana. Puedo verificar, con la autoridad que me dan veinte años de evangelización en el mundo virtual, que estas preocupaciones son obstáculos importantes entre la gente joven y la fe.

Lo que necesitamos con vehemencia hoy en día, como parte del acompañamiento a la gente joven, es una renovación apologética y catequética. Soy consciente de que, dentro de algunos círculos de la Iglesia, el término apologética suena sospechoso, pues parece indicar algo racionalista, agresivo, condescendiente. Espero que esté claro que el proselitismo agresivo no tiene lugar en nuestro esfuerzo pastoral, pero también espero que esté igualmente claro que una explicación inteligente, respetuosa y sensible a la cultura de hoy (“dar razón de la esperanza que tenemos”) es ciertamente algo deseable. Hay un consenso entre las personas de pastoral, al menos en Occidente, de que hemos experimentado una crisis catequética en los últimos cincuenta años. Que la fe no ha sudo efectivamente comunicada puede verificarse en el más reciente estudio sobre el panorama religioso realizado por el Pew Research Center en los Estados Unidos. Este indica que, entre las religiones mayoritarias, el catolicismo es la segunda peor en transmitir sus tradiciones. ¿Por qué ha sucedido, durante varias décadas, que los jóvenes en los colegios católicos han leído a Shakespeare en clase de literatura, a Homero en clase de griego, a Einstein en física, pero, tan a menudo, solo textos superficiales en religión? El ejército de jóvenes que pregona que la religión es irracional es el amargo fruto de nuestro fallo educativo.

Por lo tanto, ¿cómo se vería una nueva apologética? Primero, debería surgir de cuestiones que la gente joven pregunte espontáneamente. No sería impuesta desde arriba sino que más bien surgiría orgánicamente desde abajo, una respuesta a los anhelos de la mente y del corazón. Podemos encontrar una clave de esto en el método de Santo Tomás de Aquino. Los austeros textos del gran maestro teológico surgieron, de hecho, de vívidos intercambios de preguntas y respuestas, de las queaestiones disputatae que estaban en el corazón del proceso educativo de la universidad medieval. Santo Tomás estaba realmente interesado en lo que la gente joven tenía que preguntarle. Así debería ser.

En segundo lugar, una nueva apologética debería detenerse con profundidad en la cuestión de la relación entre fe y ciencia. Para muchas personas hoy, lo científico y lo racional son simplemente términos coextensivos. Y, por tanto, ya que es obvio que la religión no es científica, debe ser irracional. Sin denigrar a las ciencias ni por un segundo, tenemos que mostrar que hay caminos no científicos que son eminentemente racionales y que conducen al conocimiento de lo real. La literatura, el drama, la filosofía y las bellas artes—todas primas cercanas de la religión—no solo entretienen y deleitan. Son también portadores de verdades que de otra manera no podrían ser desveladas. Una nueva apologética debe cultivar estos enfoques.

En tercer lugar, nuestra apologética y nuestra catequesis deberían caminar por la vía de la belleza, la via pulchritudinis, como el papa Francisco ha dicho en la Evangelii Gaudium. Especialmente el contexto de nuestra cultura postmoderna, empezar por la verdad y la belleza—que creer y cómo comportarse—está, a menudo, contraindicado, ya que la ideología de auto realización está firmemente establecida. Sin embargo, el tercer trascendental, la belleza, ha resultado ser un camino más atractivo y menos comprometedor. Y parte del genio del catolicismo está en que consistentemente ha abrazado la belleza: en canciones, poesía, arquitectura, pintura, escultura y liturgia. Todo esto nos regala una fuerte matriz evangelizadora. Y como ha aducido Hans Urs von Balthasar, la belleza que más interpela es la de los santos. He encontrado que presentar las vidas de estos grandes amigos de Dios posee una gran fuerza evangelizadora, algo parecido a cuando los entrenadores de baseball atraen a los jóvenes mostrándoles como los grandes jugadores juegan el juego.

Cuando Jesús mismo les explicó las Escrituras a los discípulos en el camino a Emaus, sus corazones empezaron a arder dentro de ellos. La Iglesia debe caminar junto a la gente joven, escucharles con atención y amor, y estar lista para dar razón de la esperanza que tenemos con inteligencia. Confío que esto hará arder los corazones de los jóvenes.