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El Desafio de Nuestra Señora de Guadalupe

December 11, 2015

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Qué maravilloso es que Nuestra Señora de Guadalupe se aparezca como una joven embarazada, vestida con el sol. El libro del Apocalipsis describe a María precisamente de esta manera. Pero no deberíamos interpretar ese simbolismo de un modo sentimental o superficial. La mujer vestida de sol y con la luna a sus pies es retratada en el Apocalipsis exactamente como una guerrera. Frente a ella se encuentra un dragón terrible que tiene la intención de devorar a su niño tan pronto nazca. A través de la gracia de Dios, el niño es liberado del peligro, pero el dragón está furioso y lanza un torrente de agua por la boca para destruir a la madre y al niño. A raíz del nacimiento de este niño estalla una guerra en el cielo, donde el dragón se enfrenta a Miguel y sus ángeles. 

La Señora de Tepeyac es también una guerrera. Ella le dijo a Juan Diego “Soy la siempre Virgen María, Madre de Dios verdadero”. Al decir esto, estaba quitando legitimidad y bajando del trono a cualquiera que reclamara falsamente ese título. De pie delante del sol y sobre la luna, con las estrellas del cielo dispuestas en su capa, La Señora estaba mostrando su superioridad sobre los elementos cósmicos adorados por los aztecas. Los dioses en cuestión eran sanguinarios, fomentaban la guerra imperialista, y exigían sacrificios humanos. María se presentó a sí misma como madre de un Dios que no exige violencia y que, más bien, en un acto de amor toma sobre sí mismo toda la violencia del mundo. Por ende, éste constituye el desafío que el Dios verdadero dirige contra los dioses falsos.

Quiero ser muy claro acerca de algo: cuando condeno la adoración de dioses falsos realizada por los aztecas, no estoy de ninguna manera exonerando a los españoles que cometieron numerosas atrocidades e infligieron terribles sufrimientos a los pueblos nativos del Nuevo Mundo. Basta con leer los escritos apasionados del padre dominico Bartolomé da las Casas para conocer los terribles detalles. A este respecto fueron excepción los españoles que se mantuvieron realmente fieles al Dios auténticamente proclamado por el cristianismo. 

Lo que siguió a la aparición en el Tepeyac fue, por supuesto, uno de los capítulos más maravillosos de la historia de la evangelización cristiana. Aunque los misioneros franciscanos habían estado trabajando en México desde hacía ya veinte años, se había hecho poco progreso. Pero después de tan sólo diez años de la aparición de Nuestra Señora de Guadalupe, prácticamente la totalidad del pueblo mexicano —nueve millones de personas— se convirtieron al cristianismo. La Morena había demostrado ser una evangelista más eficaz que san Pedro, san Pablo, san Patricio, y san Francisco Javier juntos. Y con esa gran conversión nacional, el sacrificio humano llego a su fin. Ella luchó contra los espíritus caídos y logró una victoria que cambió la cultura a favor del Dios del amor.

El desafío que enfrentamos todos aquellos que actualmente la honramos es unirnos a esa misma lucha: no nos contentemos con festejar este día como si se tratara de un evento de un pasado lejano. Debemos anunciar a nuestra cultura de hoy la verdad sobre el Dios de Israel, el Dios de Jesucristo, el Dios de la no-violencia y del amor que perdona. Y deberíamos, como la Morena, ser portadores de Jesús en un mundo que lo necesita más que nunca.